Hace algunos años, mi vida se vino abajo. A los 35, el diagnóstico fue cáncer. Y aunque el cuerpo se tambalea... lo que más duele es el alma.

Fue ahí, en ese abismo, donde descubrí la Terapia Breslev. No como un concepto, sino como una tabla de salvación. Me ayudó a enfrentar no solo la enfermedad física, sino también la desconexión emocional, el caos mental y ese dolor silencioso de no saber quién sos... ni para qué estás acá.

Con el tiempo, y gracias a las enseñanzas profundas de la Torá, la Jasidut Breslev y el Mussar, aprendí algo fundamental: la verdadera sanación empieza adentro.

Sané heridas que ni sabía que tenía. Me reencontré con mi niño interior. Y por primera vez, sentí que Dios no estaba lejos... sino dentro mío.